Época: Hispania republicana
Inicio: Año 237 A. C.
Fin: Año 30 D.C.

Antecedente:
La Hispania republicana
Siguientes:
Hispania en el conflicto la II Guerra Púnica
Métodos de control y de ampliación de la conquista
Guerras Celtibérico-Lusitanas
La conquista de Baleares
La crisis del dominio romano a fines del siglo II a.C.
El episodio de la Guerra Sertoriana
Hispania, hacia las guerras entre César y Pompeyo
Hispania, escenario de la Guerra Civil



Comentario

El período que media entre las últimas décadas del siglo III a. C. y el inicio del gobierno del emperador Augusto a raíz del resultado de la batalla de Accio, en el año 30 a. C., corresponde a una parte de la historia de la República romana y al sometimiento de gran parte de la Península Ibérica a Roma. Es, pues, el período de la Hispania republicana.
Con el éxito militar de la Primera Guerra Púnica (años 264-241 a. C.), el Estado romano había añadido a sus dominios territoriales de Italia los de Cerdeña y Sicilia, desalojando de ellas a los cartagineses. No había otro Estado tan poderoso en el occidente del Mediterráneo y no era inferior a los Estados helenísticos, herederos de Alejandro Magno, que comenzaban a desear relaciones de amistad con Roma. Si este sólido Estado occidental había conducido a la integración de pueblos y culturas diversas en un mismo proyecto político, reunía además la gran capacidad militar de disponer de un ejército compuesto mayoritariamente de ciudadanos frente a otros Estados que se veían obligados a contar entre sus tropas con grandes masas de mercenarios o de poblaciones sometidas.

Cuando se comparan los bajos niveles demográficos del Estado romano posterior a la Primera Guerra Púnica -en torno a 5.000.000 de habitantes- con el volumen de extensión territorial, parecería que no había motivos que indujeran a una política de progresión de la conquista. Ahora bien, si las guerras anteriores habían creado generaciones de grandes familias que podían vanagloriarse de los éxitos de sus antepasados, creando así un modelo de prestigio social en las figuras de los grandes generales, amplios sectores de la población romana encontraban, en la anexión de nuevos territorios, otras ventajas adicionales: el temor a un resurgimiento de otra potencia equiparable en el Occidente, los beneficios obtenidos de las poblaciones conquistadas (botín de guerra, impuestos y nuevas tierras) y la apertura de mercados para el amplio sector de romano-itálicos, entre los que se encontraba la población de las antiguas colonias griegas con una larga tradición artesanal y comercial. Y Cassola ya advirtió que la política exterior de Roma no se hacía sólo de acuerdo con los intereses directos de los senadores, sino que también pesaban mucho los de los clientes itálicos de las grandes familias. Por otra parte, los romanos habían descubierto hacía tiempo las ventajas de la utilización de la mano de obra esclava, lo que permitía a los grandes propietarios de tierras, propias o alquiladas al Estado, explotarlas con bajos costos. La guerra de expansión territorial proporcionaba prisioneros para ser destinados a los mercados de esclavos y contribuía a mantener las bases económicas de las grandes familias.